viernes, septiembre 16, 2011

Coches autoconducidos

Juan acababa de salir del muelle en el que había sido botado el último barco (un submarino) en el que había trabajado como ingeniero. "¡Menudo calor!" Pensó, y es que, a finales de Mayo, en Cartagena, el Sol puede ser implacable, así que mientras entraba en su coche no pudo más que acordarse de las dos cervezas bien frías que se había tomado durante el aperitivo ofrecido justo después de que se lanzara el submarino al agua.
"¡Viernes!" Pensó, y como forma de relajarse después de los nervios de estas últimas semanas, nervios, por otra parte normales cuando se acerca la fecha de finalización de cualquier proyecto, pensó en salir a comer fuera. Así que, mientras el coche avanzaba, llamó a su mujer: "Cariño, ¿Qué tal si salimos a comer? En media hora estoy en Mula". Con la respuesta afirmativa de su mujer enfiló la autovía que une Cartagena con Murcia.
"Media hora, para eso, entre otras cosas, se supone que vale un coche como éste, ¿no?" se dijo. Ciertamente media hora no se puede decir que fuera mucho, sobre todo teniendo en cuenta que la velocidad para la que fue pensada la autovía permitía hacer el viaje realmente en una hora y cinco minutos.
Sin detenerse mucho en eso se dispuso a leer las noticias, empezando por las regionales: "Despedidos los últimos conductores de autobús de la Empresa Municipal de Transportes." Decía el titular. Justo en aquél momento Juan recapituló: "Dos cervezas, leyendo y a 210 por la autovía, si esto lo hubiera hecho hace diez años me hubieran metido de cabeza en la cárcel".
Esbozó una amplia sonrisa y se acordó de la noticia que se había encontrado, casi de casualidad, en uno de los periódicos digitales que leía hace 15 años: "Nevada legaliza el coche que se conduce solo".  ¡Toma ya! Hubo dos cosas que en aquel momento le llamaron la atención:
La primera, obviamente, el que ya existiera la tecnología necesaria para que un coche pudiera, de forma segura, circular por una vía pública sin que hubiera una persona al volante.
La segunda, que fuera Google la empresa que estaba detrás de esta noticia. Juan recordó el proceso de división en el que se encontraba la empresa. El éxito en el que había cabalgado Google desde que lanzara su omnipresente buscador había provocado que su tamaño la hubiera convertido en un monopolio de facto en más de un sector económico, acumulando un poder inusual, algo que las autoridades de defensa de la competencia y los políticos en general no estaban dispuestos a seguir permitiendo. La consecuencia era que los tribunales se encontraban en pleno proceso de segregación de Google en múltiples compañías más pequeñas que la original.
Google había tenido competencia en el desarrollo de su coche sin conductor, pero como había pasado antes, sus impresionantes beneficios le habían permitido marcar un ritmo de desarrollo que a otros les era imposible mantener. En gran medida, parte del desbocado crecimiento de la empresa de Mountain View se había debido a esta revolucionaria tecnología que permitía a Juan estar sentado en su coche como si estuviera en un salón. De hecho, el asiento en el que se encontraba se parecía más al sillón de su casa que al de los antiguos coches conducidos "manualmente".
Otra característica que ayudaba a que el habitáculo del coche pareciera más la habitación de una casa era el parabrisas. Gracias al grafeno el parabrisas ahora podía utilizarse como una enorme pantalla. Juan todavía se acordaba de aquel vídeo que se encontró en Youtube algunas semanas después de leer la noticia del "Coche Google" en las que Microsoft mostraba algunas de las futuras aplicaciones en las que después se utilizó este material. Sin duda, una vez más, la realidad, 15 años después, volvía a superar a la ficción.
Y lo cierto es que la realidad había sido bastante cruel. A parte de la comodidad que suponía el no tener que ir pendiente del volante, la seguridad se había incrementado drásticamente. A los dos años de haberse autorizado en España la circulación de coches "autoconducidos" todavía no se había registrado ningún accidente mortal achacable a los vehículos. Esto había provocado que el gobierno implantara un calendario que incluía la prohibición de la venta de coches que no fueran conducidos automáticamente en tres años. El resultado es que los taxistas vieron peligrar su medio de vida, pero por mucho que protestaron su final estaba escrito, apenas 2 años después (siete desde la introducción de estos nuevos vehículos), este gremio había desaparecido.
Siguieron su misma suerte los camioneros. Al principio la normativa estipulaba que los camiones debían llevar al menos un "conductor" para que supervisara su funcionamiento, pero pronto se vio que esa medida era innecesaria y tras las oportunas presiones de la patronal, se autorizó a que los camiones circularan sin ningún chófer a bordo.
Finalmente les llegó también el turno a los conductores de autobús. Quitar a estos profesionales se había vuelto algo más complejo. La gente no dejaba de ser reticente a eso de montarse en un vehículo de ese tamaño sin que hubiera alguien al mando; pero cuando todo el mundo se acostumbró a ir en coches particulares sin prestarle la más mínima atención al volante, la suerte de los conductores de autobús también estuvo echada.
Incluso transportes como el tren o el avión se habían visto resentidos. La razón es que con la seguridad que daban los nuevos coches, rápidamente se vio la posibilidad de subir la velocidad máxima autorizada en carretera. Un automóvil conducido por un ordenador podía ahora alcanzar legalmente hasta 210 km/h. Además, teniendo en cuenta que el coste por kilómetro se había encogido dramáticamente gracias a la sustitución de la gasolina y el gasóleo por baterías eléctricas más ligeras y eficientes, resultaba más barato el coche que el tren o el avión para distancias medias.
Casi sin darse cuenta, Juan ya había llegado a su destino. El automóvil había parado justo delante del restaurante en el que había quedado. Antes de bajarse, de viva voz, le ordenó al coche que fuera al garaje y que aparcara allí. Abandonó el vehículo y mientras observaba como éste se encaminaba autónomamente hacia su destino, ya sin nadie en su interior, apareció su mujer. "¿Podríamos ir a Murcia después de comer?" le preguntó su esposa, "Por mi vale" respondió, total, el único esfuerzo que tendría que hacer es decirle al coche, a través de la aplicación que le habían instalado en el teléfono móvil cuando lo compró, que pasara a recogerlos al restaurante.

1 comentario:

Salva dijo...

Me gusta Pedro!! Es como un extracto de una novela de ficción tipo Asimov. Te felicito por ello.