martes, noviembre 01, 2011

Software Libre

Tengo un portátil que compré hace siete años. La verdad es que estaba ya para el arrastre y que llegó un momento en el que me planteé tirarlo a la basura porque no parecía que diera para mucho. Como no tenía nada que perder, decidí unos meses atrás cambiarle el sistema operativo que había traído instalado de fábrica (Windows XP) por la última versión publicada de la distribución de GNU/Linux Ubuntu (en aquel momento la 10.10).

El resultado fue lo más parecido a una resurrección en un ordenador. Hace unos días, Canónical, (la empresa detrás de este sistema operativo) lanzó una nueva actualización (11.04) y decidí instalársela. El resultado ha sido muy bueno. A pesar de que el hardware del veterano portátil es muy limitado (comparado incluso con alguno de los teléfonos inteligentes que hay ahora en el mercado), lo cierto es que el rendimiento es bastante aceptable.

Para lo que yo necesito un ordenador cuando estoy echado en el sofá, que es básicamente navegar por Internet y poco más, va sobrado. Muchas de las entradas que hay en este blog las he escrito en él sin necesidad de tener que levantarme para ir hasta donde está el de sobremesa, lo cual, en momentos en los que uno se siente especialmente vago viene estupendamente.

Para los que se dedican al mundo de la informática y están acostumbrados a trabajar con distribuciones de GNU/Linux esto no es muy sorprendente. El rendimiento que suelen dar los programas desarrollados como Software Libre, es decir, con código que todo le mundo puede descargarse, modificar y/o redistribuir libremente es con frecuencia sorprendentemente mejor que el de sus contrapartidas cerradas, es decir, de pago y sin ningún tipo de acceso al código con el que han sido programados.

Sin embargo, como todo, también tiene sus desventajas. La principal, cuando se trata, por ejemplo, de GNU/Linux, sea cual sea su distribución, suele ser que hay menos cantidad de hardware que funcione adecuadamente. Esto es una pena, pero en muchos casos las empresas no se molestan en sacar el software necesario para que sus dispositivos funcionen sin problemas en sistemas operativos que no sean de la familia Windows.

Pero si os soy sincero, no es solo su calidad lo que me gusta del software libre. Lo que me parece más importante es la filosofía que hay detrás de su modelo de desarrollo. Y es que, cuando se habla de GNU/Linux y sus distribuciones (Debian, Red Hat, Ubuntu, Suse y un largo etcétera), o también de programas como el navegador Firefox, el paquete ofimático LibreOffice, por mencionar dos ejemplos, se tiene que remarcar que son fruto de un modo de trabajar que se basa en la colaboración, en muchos casos desinteresada, algo que no se da en mucha otras áreas de la ingeniería, la economía o la ciencia.

Esta peculiaridad, la de la colaboración, es la que lo convierte en un movimiento. Un movimiento al que  muchos, (especialmente empresas como Microsoft), le auguraban un corto futuro y que sin embargo, no sólo ha perdurado sino que ha conseguido éxitos como que el Sistema Operativo más utilizado en teléfonos móviles (Android), esté basado precisamente en Software Libre (usa el núcleo Linux).

Sé que puede sonar un poco utópico, pero desde siempre me ha parecido que si este modelo basado en la colaboración estuviera más extendido no sólo dentro del mundo del software, sino también en otras ramas de la ingeniería, la economía y la ciencias, el progreso que se obtendría sería mucho mayor.

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