lunes, febrero 09, 2009

Mercado semanal

Este fin de semana mi mujer y yo hemos estado en nuestro pueblo, en Mula. Últimamente, cuando estoy allí en fin de semana acompaño a mi madre a hacer la compra en el mercado semanal. Como en todos los pueblos, en el mío la venta ambulante sólo está permitida un día a la semana y en Mula ese día es el sábado, siempre por la mañana.
Acostumbrado al ritmo de vida que se lleva actualmente, salir a hacer la compra entre los puestos es una experiencia completamente reveladora.
En los supermercados no se habla con nadie, se está concentrado en encontrar los productos que normalmente ya están en una lista y la conversación con la cajera no suele ser de mucho más de dos frases. Sin embargo en los mercados centenarios que se celebran en las ciudades y pueblos como el mío la compra es una actividad social, en la que los tenderos/comerciantes venden su mercancía pregonando a voz en grito la excelencia de su género, los clientes se enzarzan muchas veces en regateos con el vendedor y en donde los vecinos se saludan y hablan sobre los últimos eventos semanales.
En mi pueblo, con la excusa de la compra, los vecinos salen a verse entre sí a disfrutar de los días benignos que suelen hacer en el sureste español y a irse a tapear con los amigos después de disfrutar de un paseo por las calles entre el bullicio de la gente.
Desde luego, esta forma de tomarse la vida choca con el ritmo diario propio de esta época, donde las prisas y el estrés son los dominantes. Tengo que confesar que por desgracia yo también estoy inmerso en este ritmo de vida, sin embargo, de vez en cuando, me acuerdo de las torres del reloj y de la Iglesia de San Miguel de mi pueblo, inmóviles, majestuosas sobre la plaza del pueblo, marcando el ritmo tranquilo y pausado de un estilo de vida sin duda mucho más humano y que me hacen plantearme si realmente no nos estamos equivocando con la idea de calidad de vida que muchas veces nos venden.

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